viernes, 31 de julio de 2009

Pequeña Cromogonía

Aldo Vercellino








Pequeña Cromogonía




La vida aparece, es y se manifiesta en cada hueco entre las mentiras: un espacio pequeño pero espeso en que habita un nombre sordo al que se hacen confesiones. Mientras tanto, abrir la boca; mientras tanto, un gesto o dos, o más, y una sonrisa: uno se acostumbra...
Por suerte, el arte: verdades que parecen escondidas; el justo medio entre vida y costumbre.

















Que conste



No escribo sino por causa de evisceración necesaria, con algo de impúdico pero no mucho, antes que el siglo -que, sí, recién comienza, pero...- se termine y ya no haya rocío.
A veces cruel; en ocasiones, piadoso, pero nunca prolijo: colijo que sobran ecuaciones, por eso cierno y trastrueco; para molestar, rimo, y digo: hueco; para esperanzar, digo caricia, y, como por arte de magia, se juntan el roce y un recuerdo en el que moran las dilaciones de una fosa que amaba, y la promesa de un aleteo de mariposa o el pistón desesperado en una almeja, y río. Por la presencia de lo presente, por la inocente gracia de Dios (pobre, tan solo que conmueve...) y la certeza de los verdes: maravilla, cosquilla, costilla, hombre.
Para escapar, hundo el entendimiento donde duela.
Con que alguien llore, ría, se aperpleje o piense me conformo: vuelvo a las ropas, junto los elementos intestinos y recomienzo, inconcluso, pero respirando.
¿Y para qué? se me pregunta, y no sé:
si por eso amé...
Y por eso escribo.





Aldo Vercellino, 2004






















--------------------------------------------------------------------------------------- 1- DE CIELOS




La mano del ángel

I
Besó la mano del ángel antes de soltarla, y nadie supo más: debajo del mar no se habla.
II
El ángel tendió su mano, pero
?No me merezco tu amor ?se escuchó en el precipicio, antes del cráneo pavimento.
III
La mano angélica desvió el arma, mas no la bala, que percutió la sien.
IV
Una niña eligió la soledad. Una mano quedó extendida otra vez.
El ángel miró sus manos y lloró.
Abrió los dedos y la tierra se hizo madre.

Dios no tuvo de quién soltarse.





El principito

I

No sé cómo, pero en el valle encontré una perla, que estaba como perdida. Mis manos parecían toscas a su alrededor, y le pregunté, sin que lo supiera, varias cosas, que fue respondiendo con prolijidad, aun cuando no hablaba mucho.
Con un destello me contó que esperaba a un rey desconocido que la había abandonado porque ese era su destino, y que quien quiera que la tocase se vería arrastrado al abandono.
Quise decirle que no, pero ya estaba rodando lejos, y mi cabeza también.

II

A su manera no mentía; desacertó, sí, al elegir la verdad equivocada, porque quién no es dueño de elegir su propio destino, claro, pero no todos los nácares tienen que volver al mar, ni las joyas porque sean preciosas deberán ser engarzadas, y menos en metales poco nobles.
?La prueba es que estabas en un valle –dije, ya hablando solo, lo que me valió la risa de algunas aves zumbonas.
Puse mi cráneo en su lugar y seguí trepando en dirección a donde el aire se hace más puro, sin dejar de recordar otras respuestas que preferí proteger con piedades hasta el próximo verano.

III

Muchas veces volví a pasar por ese valle; aún estaba la huella redonda y pequeña y una cruz que hice con maderas que eran nuevas.
Con un tintineo, aquella vez, me confesó que no eran la culpa ni el abandono los peores pecados con que fue heredada, sino que había algunos más que fue construyendo para sostener una casa endeble en un lugar que no existía. Que aunque tuviera forma de mujer y de amante, detrás de las paredes no había nada.

IV

Dijo que cada cuatro semanas necesitaba mentir y no sabia por qué, y que el amor al oscuro le hacían preferir cavernas de esconder que la hicieran sentir incompleta y condenada, que soñó muchas veces con camioneros y niños enfermos y prefería el sonido de lo que cae al silencio de lo que se levanta.
La parte de los camioneros me hizo reír, porque se parecía al extravío, precisamente, de una perla en un valle: fuera de contexto. Como algo de ternura pude salvar, reí en silencio, acaricié un recuerdo.

V

Por supuesto, jamás volvió a aparecer ni en el valle ni en la montaña, y yo dejé de pasar por ahí porque me llamaba el río. Sé que alguien vio la cruz pequeña y las dos letras que labradas con amor -mío- parecían un grito de piedad: otro de sus secretos. Al mío, en cambio, la piedad le dolía y, como era rico, detestaba la limosna y el lenguaje de los elementales.

VI

Más tarde me tocó pasar por el mar y ahí estaba, previsible. La vi por segunda y última vez.
Quisimos hablar pero no hubo nada que decir.

VII

Luego pasaron otras cosas.




El aspa

?Aquí nada es necio ?dice el Cristo y asesta un golpe en aspa sobre el metatarso. Pero no llora mientras el último clavo obedece al martillo que obedece a la mano que obedece al Cristo: ríe sobre la esvástica y desdeña con piedad. ?Bienaventurados los po... ?y muere. ¿...etas? ¿...obres? quién supiera...: Quizás los poetas pobres, o los pobres poetas. O las probetas, o los orfebres: después de todo, todo era la palabra, y, al fin, la verdad fue un juego de letras; la vida, un trágico Scrabel no exento de gracia. Como fuese, tuvo razón: el infierno estaba superpoblado y no faltaron hombres simpáticos ni sonrisas resplandecientes, tanto que hasta los fariseos morían de vergüenza y marginalidad; los sobrevivientes se aliaron con algunos seres buenos que, de tan humildes, despreciaron el Paraíso. En la pasión no hay boludez ni mezquindad: apenas si un acento de lilas para endulzar, como la mano leve de un silencio que se escapase de repente, tanto rojo y tanto cítrico continuo sobre fondo de cielo furioso. Y la cruz siguió girando en la misma proporción que el cuerpo al infinito; finalmente, la verdad fue una precisa maquinaria de colores, que, desafiando a Borges, funcionaba. ?Sólo sé que lo sé todo, y que eso no me hace más feliz ?dijo un hombre triste, a medio camino entre el festejo y el lamento. Su risa todavía se escucha y, aunque aún no nacieron las flores, los cerdos acechan agazapados. La verdad fue un sabor de flor blanca; eso sí, lejana. Yo, que, como los sapos, carezco de espíritu y lugar pero no de sentimientos, pasaba y miré. Ahora, ante la incertidumbre de si reír o llorar, hago todo a la vez; de vez en cuando acaricio a un niño y, si alguien me pregunta, croo. Cristo no dice nada: mira con ojos de muñeco y un trapo que parece bandera flamea solitario. La verdad no supo qué ser, pero se parecía a un papel que cae, sino fuera por la pasión, ya que únicamente se encontraron suspiros en el caos aparente. Y lo demás, ¿qué fue...? Un abrir los ojos.


Estrellas

Hay estrellas titilantes, brillantes, rutilantes, encandiladoras; hay estrellas enceguecedoras por su luz. Muchas estrellas. Las hay también las que ensordecen cuando acontecen, y estrellas muertas que violentan la memoria.
Coplistas y vates hablarán por inercia de la luna y se acordarán por extensión y amabilidad de las estrellas, tardíamente, comparándolas con pupilas en la noche o agujeros en el cielo; a la hora de la tiesura de las aurículas quizás recuerden a un ángel que pareció guiarlos. Y no estarán seguros de si entre todas las palabras lanzadas con prudencia o a destajo alguna fue verdadera: Será tarde, como siempre lo es.
Los acopiadores de estrellas tendrán algo para decir, algunas cosas que supieron callar en su momento y guardar entre paños siempre limpios: Hablarán de la llanura y las montañas, de la invasión multitudinaria, del color que tiene el techo cuando se espía por sobre el antebrazo y quizás mencionen la quietud agitada de fingir existencia. Es que los colectores de fatalidades siempre sonríen, hasta cuando se tienden de bruces al cielo en momentos de soledad.
A mí me conmovieron las estrellas, al menos desde un tiempo a esta parte; solían hacerlo más cuando adolescente (yo, no las estrellas). Era necesidad en ese tiempo sentirme solo y maravillarme por tanto ante la inmensidad del pensamiento y del cielo, que sin dudas tenía forma de bóveda penetrable, y en eso algo tenían que ver las estrellas. Así es como soñaba con la astronomía, ocultando la vocación verdadera que era la de penetrador de bóvedas. También la inmensidad de los sentimientos solía conmoverme, y, a veces, si me concentro en la idea, vuelve a hacerlo.
Aun así, o tal vez por eso, trabajé durante un tiempo -varios siglos- como acopiador, no tanto por el sueldo, que es menos que magro, cuanto por vocación y curiosidad. Digamos la verdad: fue por amor.
Como sagaz y penetrante fueron escasas mis performances y de valía endeble a juzgar por la manera en que el universo se comportó después, castigándome con historias nimias por mucho que procurase darles aire de trascendencia. Ahora confieso de manera precaria que creo que hay más verdad en lo transitorio que en lo promesante, y así me lo ha hecho saber lo real.
Pero eso no importa. Calavera no chilla, dice el refrán; joderse, digo yo, y agrego consideraciones indigeribles mientras me acomete una nueva estrella que quiero sea fugaz y volátil.
Viene al caso la mención solamente como corolario periférico de este asunto de los acopiadores y las cosas de que versan y que callan.
Y, tal vez, con la lumbre que aun perdida enceguece, de la misma manera en que el amor que habiéndome sido cuidadosamente extraído después del nacimiento persistiera indemne, desgarrándo/me/nos/los/la.







-------------------------------------------------------------------------------- 2- ANGELIDADES







Pasó

Mordí una lágrima con los párpados; la que venía después fue perdonada, y la siguiente ya no pudo pasar.
Entonces dejé lanzado al viento un par de zapatos conmigo adentro y no volví a pisar la tierra, hasta que los perdí, y ya estaba desnudo.
Cuando la piel me abandonó, se fueron con ella carnes magras, sangre, simientes de calcio y tejidos que nunca había visto. Y así quedó libertado el pequeño mar, que, como despedida, hizo “plop” contra el océano.


Oferta

Dejo una rosa tendida, por las dudas que a algún poema de los que las usan le aproveche, aunque más no fuera como complemento; a mí ya no me sirve, y me da pena dejarla así, como si no hubiese existido, o guardarla en vano, que se marchita...
No hay más que introducirme la mano por el esternón, un poco a la izquierda, para tomarla. Y vale la pena, porque todavía es suave; con un poco de sal de párpados y algo de destino complaciente quedará como nueva, y tal vez refulja como antes; si bien no con aquella encarnadura, nadie dice que no pueda, con la sístole adecuada, encenderse mucho más allá de lo umbrío. Y será mejor.
Cualquier cosa, hay tiempo hasta el último punto y aparte.



Viajecito

Me tendí de espaldas en el cielo, y nada cambió: allí en mi dorso había estrellas y azul cambiante; de vez en cuando, una nube o una estrella fugaz; la tierra se hizo firmamento sondable, por mi condición de nativo voluntariamente exiliado.
Hice entonces flexible el cielo y tomé distancia, y la tierra, a la que tanto había amado, se hizo partícula de luz anónima.
Me fui más lejos y la tierra desapareció: pensar que dentro de ella estaba mi amor me estremeció de vértigo; mucho más, saber que dentro de mi amor estaba yo.
–No, ser ángel no es lo mío... –dije, y pedí volver.
Hoy sigo siendo el mismo sapo de otro pozo de siempre, pero al menos estoy cerca: quizás, en un descuido, me mire.
Si me hablara, le contaría de mi viaje, y le diría que nada se compara a sus ojos.
Tal vez sonría.



Qué momento


Miré la inmensidad de frente y me conmovió su perfil de abismo.
Los costados azules y violáceos de noche de sol reclamaron naranjas y grises que le di porque me sobraban y creí ser parte de algo importante, y agregué unos rojos por capricho y regalo.
Yo sabía que era ésta la vida en que me tocaba, en algún momento, ser feliz. Y el momento era éste; casi lo dejo pasar.


Media tarde

En un laberinto de viejas ventanas se deja mirar una mirada triste y silenciosa que no dice nada.
Hay un niño perdido percudido que azota las puertas de una casa vacía.
Cae una hoja seca despacio.
Dos párpados se desploman como techo solitario: aire caliente y un aullido en el fondo de la memoria.
Fastidia el cuerpo en la espera.
¿Adónde van esos pasos que no suenan?
Alguien que lee, muy lejos se estremece sin saber por qué.


Sinusoide

En tu pecho que era bravío se escondió una paloma que se hizo volcán de sangre y tu corazón se hizo paloma buscando el pecho necesitado de una paloma de sangre y fuego para morir en paz.



Historia de una gota

Aunque es casi una gota y no se estime posible, mejora con el tiempo, como -dicen- los mejores alcoholes, y se eleva, a un ritmo de difícil persecución; allá, tan cerca que cualquiera la hurgaría. Por suerte (mía) no son tantos lo que quieren hacerlo: no deja de ser una ventaja que la mayoría de los mortales sean simples.
Pude verla, pasando entre las escoltas, y hasta su espalda menuda de salitre me fue brindada con una generosidad que ni siquiera me molesté en ansiar; eso sí que es suerte. Y eso fue el principio, y así empecé a ser piedra con codicia de que sus ojos me golpearan una y otra vez: a eso llamé amor.



----------------------------------------------------------------------------------- 3- PINCELADAS







Pintura de ángeles

Rondaba sobre un ángel -es decir: alrededor, pero si rondaba se supone-, o en derredor, no sé, pero ahí estaba, viendo dónde y cómo dibujarle sexo, o ignorárselo.
Jamás vi uno (me refiero a un ángel), y eso que soy sensible y espiritual y esas cosas del alma; hasta he llorado más de una vez.
Dubité y me mordí el paladar por la incertidumbre: ¿Pitulín o Pochola..? ¿O nada? Un pliegue es muy previsible... Mi gracia favorita era: "Los ángeles no tienen sexo: tienen paño", aunque hay que decir que los pañales angélicos tienen clarísimas connotaciones sexuales femeninas, a qué negarlo, a menos que la femineidad de un pliegue se encuentre en los ojos del observador, pero mejor no entrar en detalles que puedan delatar escondrijos, que para eso están las señales, después de todo. Alguien dijo: "La palabra, hermoso escondite", y me metí sin prisa en una madriguera de silencio, risa y asma, y, si mal no recuerdo, un ángel tuvo que ver en el asunto.
En fin, que estuve y estuve ahí, fálicamente horadando el vacío: la tela blanca a esta altura grisácea, sin acertar en la clave ni resolver el dilema del sistema sensual angélico.
Sin retacear persistencia perdí la conciencia y la consistencia del tiempo a fuerza de entrometerme en los pliegues, que ahora no eran de ángeles, sino de la memoria un poco, otro tanto de la sustancia de las neuronas y la piel y la sangre. Como no conozco a Dios, no puedo afirmar que estuviera ahí, pero lo sospeché gracias a un estremecimiento que se parecía al amor sin objeto.
No voy a describir, por delicadeza, los intentos multisexuados de entre los tantos que hubo: en algunos casos no es literariamente recomendable lo que se acepta con obediencia en imágenes concretas, o viceversa. Por ejemplo: es posible representar pictóricamente simples combinaciones cromáticas y lineales sin otro sentido que el de la emoción o la evocación inconsciente, o, en el mejor de los casos, el de un simple capricho. Pero no es tan habitual que se escriban cosas como: "Ahhdyyekd dnhhsyel jd8j ¡!ese ese edd". Del otro lado, puede ser una interesante imagen literaria escribir: "me sumergí en tus ojos", pero hacerlo visible da otra impresión. No sé a qué viene esto, pero en algo se acerca a la dispersa sensación de aquel instante, en el que combatían el azar y el destino, sin saberse a ciencia cierta quién pudiera vencer. O "cual", mejor dicho. Es que se parecen tanto a las personas...
Eliminé pliegues, descarté protuberancias, separé vacíos y oquedades, no dejé rastro de lisura ni aspereza, negué colores y texturas; la presencia o ausencia de sexo del ángel palpitaba, y ahí estábamos, yo y mi querube, desnudos, semblanteándonos con el pudor de los salvajes, pero acostumbrados, como suele suceder en algunos amores.
El cuadro iba creciendo y yo perdía estabilidad, y a esta altura estaba claro que sí tienen (sexo, los ángeles), según delataban los tambores que me crepitaban entre la sien y el epidídimo, pero ya no sabía -ni sé aún- qué fuera: si ángel, sexo, madre, parto, silencio, grito, obra o devenir sin causa.
Sea como sea, me sentí bueno, y feliz, cual si fuera la primera vez que un violeta, un rojo y un naranja se encontraran.



Lo que se llevó el río

Hay muchas cosas que se esconden, falsamente, detrás de una línea gruesa y gris, que cualquiera puede ver, si quiere. Porque, aunque esté -está-, mirarla o no, es una elección de la voluntad, y porque hay más de lo bello y alegre en este paisaje, que no es único sino la primera parte de lo que como futuro se sugiere, y como presente que se hace presente en una mano gordita y suave de tonos rosados. Todo es abierto, amplio, fresco, y, en el encuentro de las pieles y las temperaturas incluyendo las sonrisas temerosas, un pequeño animal de tonos blancos empuja hacia la salida.
Pero, esa línea gris que esconde y perturba... ¿Qué hace ahí? ¿Será un recuerdo? ¿Pronto a abandonarse? ¿...De qué manera...?; pregunto, me pregunto, le pregunto, nos pregunto.
Es una línea gris, me responde siempre sabio el sentido común. Abstracta, recta y... Gris. Con un ángulo en la sección áurea de la suma de varios momentos que concluyen en vida, lo cual me da la chance de presagiarme 90 años, venturosos. No sé quién pueda vivir tanto tiempo, pero me alisto a la batalla....
Dejando esa línea que atraviesa todo el panorama, el trasfondo surcado de aguas cristalinas o turbias pero agitadas; no dejemos para mañana este momento ilimitado, detrás del cual un astro -no se sabe si sol o luna, amanecer o crepúsculo- calla, y nadie sabe por qué. Quizás por esos niños de una sola madre o por ese hombre solitario que tiende una flor escarlata en el aire, al aire, o aquella mujer desnuda, incomparable, que atraviesa una ventana para caer; no se sabe adónde. Nadie de los videntes sabe nada, y no quedó aire para la esperanza. Nadie sabe, y al igual que el pan es pan y la rosa sin porqué, no se debe reclamar a la espina ni a la zarza.
Parece afirmar con su silencio el varón que no hubo dama más bella, y no por gentileza; parece llorar, de espaldas y sin piernas. Como si se confundiesen en su traza endeble y poderosa la blasfemia y el clamor.
Eso es todo o algo del algo que aquí dentro sucede, tan profundo como para que la vista pueda penetrar sin resguardo de los sentimientos, y se desea que también penetren la imaginación y la libertad; si el riesgo es el libertinaje, bienvenido sea.
Lo demás es simple: un ave, un animal de feo aspecto pero gran corazón y un horizonte, y unos paños multicolores. Sin mencionar el doble rostro de la hipocresía y una puñalada certera, hábilmente disimulados en la quebradura del tiempo, a la izquierda, desde donde una columna misteriosa se eleva para indicar el trayecto infierno-tierra-cielo o viceversa.
Y esas tres mujeres, que son cinco porque dos son niñas, le conceden el toque final de ternura junto al animalito de algodón (que antes tuviera nombre propio), y enseñan diferentes maneras de ser feliz, y, como la naturaleza humana, crecen hacia el oeste.
Pero no se ve, y lo verán seres más hermosos, que nada prevalecerá tanto como esa mujer dorada y de textura espesa que brilla y seguirá brillando, a pesar de la eternidad. Asentada sobre una diagonal descendente, la del derrumbe, se le inventa sin embargo, gracias a un recuerdo inventado, la majestuosidad del mármol y el color de la carne, la dignidad de los ojos que la miran.
La estría gris, impertérrita, no se conmueve. Es una herida fría, que no molesta. Que invita a mirar más allá, al fondo, más profundo, más adentro, a llenarse la mirada de líneas que acarician y un vaivén acompasado de amor. En paz.



Graciosamente

Hay en vos, a cierta hora, una extraña y extraordinaria generosidad de ánfora solícita que rueda, llora y comprende; una lejanía perdonadora que acepto cómplice y culposo por enternecido y a la que me zambullo para escapar. A fuerza de fuego dulce se muta en solferino el tiempo: “Hoy no me está / permitido morir”, balbuceo, sentidos abiertos como bebiendo. Detrás de la máscara río a gritos: me sé protegido, me sé agradecido. Se rompe un disfraz, pero no el embrujo. Vos, llave en mano, no decís nada. Para qué, si habla la naturaleza en tu espalda, si lo real no cabe en fonemas.


Era de mañana


Cuando se volaron todos los pájaros era de madrugada.
Tu voz y el tiempo se hicieron murmullo, pero jamás olvidé la desbandada, chispazo gris sobre salmón y verde que me abrió la boca sembrando una sospecha, cual si algo hubiese muerto muy lejos y a través del éter me estremeciera un anuncio.
No pude cerrar los ojos y te abracé muy fuerte: el cielo siguió anaranjeando y los pájaros ya no estaban.
Uno de ellos, estoy seguro, era una paloma; es lo que nunca pude decirte porque ya no estabas.

Sigo mudo y sin interlocutor: el papel es testigo.




Retrato

No son pinceladas: son caricias de pelo de marta y de lágrima costumbre que amasan la musa.
Pero no son cerdas: son hilos de dolor desentretejido.
-¿Y cuándo empezó el amor, para qué lo quiso el mundo? -persiste en la puja: niño piadoso demiurgo; bufón de aprendiz de ignorante y alumbramiento.
Que no son filamento sino de suspiro de lo que queda, sonríe: “y me sobra, y eso que el pasado es cortito, que si no quién sabe -y se acerca- : por cada latido en el rincón más oscuro de la memoria, un beso y por cada golpe de los tuyos, diez carcajadas luminosas en espiral”
No son caricias: son rogativa gentil en piel de trapo, que no es lienzo sino espejo de sal marina plañidera tango y bolero; son ojos que devoran y hacen mundo la soledad.
Es Dios, que no interviene, y un hombre, que se inflama, por una vez, de bondad.






------------------------------------------------------------------------------------- 4- GRISALLAS







Había una vez


Había una vez un hombre que abrazaba árboles: prensil, con fervor, por necesidad. Alerces, pinos y fresnos conocieron con su secreto.
Con cariño sonreía, por tristeza lloraba un recuerdo.
Fue puesto preso -Green Peace lo denunció-, y comenzó a abrazar objetos inertes: Se los quitaron.
Ya ergastulado, arañó las paredes pero no pudo abrazarlas.
Y se abrazó a sí mismo.
Y se abrazó a la muerte.



Miserable

Yo, que debería no estar según me han dicho con entusiasmo, aquí me estoy, como si nada. Por educación y delicadeza me finjo muerto; no quisiera que nadie se sienta herido por mi existencia. Casi me han descubierto muchas veces por descuido, espiando entre las pestañas, pero aprendí a metamorfosearme con arenas y pastos: sirve aún si haya cemento.
Es triste mi condición si se la analiza, porque no siendo hombre ni fantasma ni muerto, mucho menos ser vivo -en ningún sentido, porque poco de astucia se contiene en esta semi supervivencia o sobre muerte-, ni siquiera soy abandono.
Pero sé que estoy, y no me engaña el fervor ajeno ni me creo las lágrimas falsas para mí vertidas durante dos horas muy esforzadas en que tuve que contener la risa y confrontarme con graves ausencias o presencias tan inesperadas como indeseadas: Casi me levanto a decirle “Qué venís a llorar ahora, si me amabas tanto, haberlo dicho...”...
No debo ser injusto: Sé que alguien lloró de verdad hasta que fue expulsado al grito de Fuera perro obligándosele a comer contra su voluntad guiso del día anterior, lo cual es evidentemente injusto.
Esto que soy sin ser no se parece siquiera a la nada que, al menos, tiene nombre y palabras; a mí ni la soledad me acompaña... Nadie me nombra, y eso sí es grave,
Y no sé por qué no puedo irme de donde también sobro; será tal vez que no tengo adónde, o que mi estar es una apariencia de la que sólo yo me percato.
Sin embargo... ¿ Por qué y qué es lo que me duele tanto entonces?



A mis 90


-¿Cómo era su nombre, señor? –se me pregunta, y no sé, ya no me importa.
Los días me fueron cayendo como ladrillos. No sin darme cuenta como se estila, sino a conciencia, cual inyecciones de muerte sin solución de continuidad. La piel, que no se me hizo papiro ni mapa de dignidades, sino estropajo avejentado por el fracaso, se hizo notar a los gritos; grises, flojos: lágrima convertida en resentimiento que envuelve a una calavera.
Hoy eso soy: vinagre sin calcio y uñas sucias, y esta sonrisa simiesca de pura encía. Ya ni la muerte se me acerca, por eso estoy. Ya no espero, si nadie me espera ni me arroja, y tuve que aprender por fuerza a escapar del desprecio y sus disfraces transparentes, amortajándome la boca y el movimiento, mintiendo sonrisas domingueras o un puro caminar sin esplendor. Olvidé con minuciosa prudencia cada uno de los... (¿cuántos eran...?) colores que amé y ahora, en días de gloria, apenas menciono, mortecino, un recuerdo que fabulo en este fastidio blanco de piedra cuando alguien me dice en silencio que -otra vez - no volverá. Y, sin saberlo, sigo desnudo, como al principio, pero ahora es invierno y estoy en otoño.
-¿Cómo era su nombre, señor? –se me pregunta, y
-No sé, ya no me importa. Nadie me vendrá a buscar.



Modos de silencio

Hay diferentes maneras de hacer silencio, algunas más efectivas, otras más elocuentes; hay las que se manifiestan con rapidez, y las que se dejan estar en la molicie, como macerándose, para actuar en el momento oportuno.
Cuál sea la exacta oportunidad del silencio es materia de sabios y afortunados.
Para evitar dudas he optado por la más segura: callar en todo momento y que la
inoportunidad no me sorprenda.
Así, efectivo y constante, he ido perdiendo amores posibles, trabajo y buena salud. Pero, sí, íntegramente digno, enteramente consecuente y mudo por propia voluntad fatal, al punto casi de la mansedumbre.
No me quejo; no he perdido gran cosa: Alguna que otra caricia, respetabilidad vecindaria y la posibilidad de desplazarme por mis propios medios y no, como me veo obligado ahora, administrado mi mover por gentes cuya identidad desconozco.



Efeméride

Qué día tan triste hoy, quise decir sin gritos pero las letras quedaron muertas, tendidas; mudas me miraron con piedad insuficiente y empecé a encogerme.
Hoy tendría que llover, pero ni eso...
Caminé hasta el fondo, donde la avenida se empieza a hacer más oscura, miré con ojos ávidos en ambas direcciones sospechando su ausencia. Mi premonición se cumplió y no tuve a quién perdonar. Juro que quise.
Seguí escuchando mis pasos, y ya había pasado demasiado el tiempo en todos los rincones.
Yo ya no estaba ahí: quedó el dolor, siempre naciendo.



Despedida

Dije nada para postergar -dilatando- el dolor.
Abrí la boca, emití aire sobrio, miré lejos con pupilas de hielo (aire de sal congelado).
Le quité importancia a la eternidad; señalé detalles y alguna broma tonta que nadie festejó.
El escalofrío estaba latiendo como un machetazo inminente.
Miré el reloj -esta vez certero como nunca- y el destino me hizo una jugada tramposa que no supe resolver.
Su cuerpo se hizo más pequeño, hasta desaparecer para siempre y me ahogué de soledad y de miedo.
Hoy, cuando recuerdo, sigo anonadado y pido no haber vivido.
Ella, no sé.



No es para tanto

Con qué gusto hubiera muerto esa tarde...
Dios sabe: pedí balazos, caídas, trenes salvajes, inanición; salí a caminar al norte, mentí.
Seguí viviendo, o algo así.
Los azotes no llegaron, ni el Diablo quiso mi alma -eso es fracaso- y para los demás seguía siendo el mismo.
Hoy, en cambio, si de morir se trata, ya no quiero.
Será, tal vez, que mi deseo se cumplió y no me di cuenta. U otra cosa.
Porque, a fuer de ser sincero, no es felicidad lo que hoy me sobra.


Esta vez no

No voy a permitir que llore por mí la naturaleza; ni susurrándome los árboles ni quebrándose las nubes, ni haciendo silencio el viento.
Frío el viento, saladas las nubes; hablan de vos, dicen cosas. Y preguntan -justo a mí- por qué, y callo.
Por eso voy a cubrirme de cuidadas murallas cuidadas con rejas que me cuiden: aquí dentro seré sólo cemento para que ni el suelo me vibre en las plantas; sin puertas ni ventanas.
Sólo una, con cerradura, en la que únicamente vos sepas entrar, por las dudas.
Si lo que sueño sucede, me vas a reconocer enseguida: soy un corpúsculo pequeño cubierto de escombros, que llora, pero voy a sonreír.





Es así

Lo bueno, si breve, dos veces bueno, está bien, pero solamente cuando es, ya que al cesar en la bondad (la brevedad nunca termina) se transforma, por la magia negra del recuerdo, en infinitas veces malo, espantosamente cruel y urgentemente -imposiblemente- olvidable. Lo breve aquí es el aire; lo bueno, ni los falsos consuelos.
Pongo como ejemplo a aquel nuestro amor, de dos personas buenas, dos de las cuales no cesan de morir con empeñosa brevedad.







--------------------------------------------------------------------------------------- 5- MINUTOS



Gulliverce


Hay veces, sí, que tengo deseos, no lo niego, de enterrar mi cabeza en la arena y olvidar.
Pero contengo las ansias, por ánimo ético un poco, otro tanto por prudencia. Y, más que nada, porque no es hora de descansar. No pierdas el tiempo, me dice alguien a quien nunca vi y que me habla sin palabras.
Y eso que aquí la arena es limpia y brillante y no quema; la conozco de palmo a palma y en todos sus sabores: cercana a la costa tiende a lo salado, cerca de lo lejos se hace amarga y en ningún lugar es dulce, a pesar de o por ser tan bella. Siempre es cálida.
Y no sólo la arena, sino que frecuento toda la extensión de la isla en que vivo desde tiempos que parecen remotos, comenzando por el primer árbol hasta los últimos escondrijos y cada ave. Nada me escapa y todo es suficiente, en cualquier momento.
Ni sé cómo llegué aquí, creo que escapando, buscando madrigueras donde esconder la vergüenza de un crimen. O salvando mi vida, no sé... para el caso es lo mismo. Es curioso: tanto el asesino como el cadáver se reparten las culpas; hasta en la agonía se es generoso...
Los que recuerdan me hacen saber que cuando vine estaba triste, pero prefiero no saber. Me resulta más cordial el profeta-poeta que agitando las manos con gravedad dice: “El río se transformó en mar, el mar en océano y el océano en universo, quedaron solos los minutos desgajándose segundo a segundo”. Es cursi, ciertamente, y no sé de qué habla, pero algo me resuena, como si alguna vez los minutos no hubieran sido tan miserables de constreñirse a sesenta segundos. Sé que en algún lugar fuera de este islote los segundos eran primeros, y eran elásticos, de colores cambiantes.
Aquí estoy seguro, de todos modos: ya no preciso ese tiempo impreciso que abre las piernas por miedo al miedo; tengo el espacio, opaco, sólido, palpable, y la brisa que me hace mirar el horizonte a la hora en que amanece.
Hoy puse anaranjados en mis cuadros en homenaje al sol cuando nace y a un lugar donde no estuve.
Insisten los recordadores en insinuar que fui abandonado en el estiércol.. Hasta se ha hecho un santuario en el lugar, vaya distinción... Yo, no digo nada.
No estoy tan solo, rodeado de cielo y agua y sol y todos los elementos; hay oro en abundancia y baratijas, para elegir: por algo soy el rey de esta ínsula. Con ventajas, porque no siéndolo me libero de responsabilidades, y tengo la libertad a mi favor.
En esta isla en que todo está dicho y sabido y los minutos se demoran sesenta segundos en crecer no hay mucho que hacer si se obedece, por eso el resto, lo que no sea previsible, es mi obligación y mi aventura.
Las nativas de este lugar son bellas y hablan en un lenguaje limitado en su léxico, lo cual las hace fácilmente comprensibles (tristemente comprensibles, dicen los exigentes): me recuerdan al tiempo de los minutos dúctiles, por su generosidad al abrir las puertas, como en el tiempo aquel -el tiempo siempre es aquel-, y, si son animalitos, no duelen.
Aquí hay siete lagos de aceite celeste donde sumergir un árbol pequeño que ama la humedad, y todo está en su lugar; debería estar feliz: los pájaros y las plantas me llaman por mi nombre y hablo con las piedras.
No quiero irme de aquí, ya no me muevo, solamente algunas veces cierro mis sentidos en una caverna, la de llorar.


No vino

Faltó la irracional que subiera a las doce, estuvo ausente.
La describo: es o era blanca, y negra en invierno, y transparente cuando no está, como ahora. ¿Qué le habrá pasado al pequeño canino...?
Sin embargo todo lo demás fue puntual: el universo se siguió desplazando en entresueños y una cosa a la que amaba abusó de las pastillas por culpa de Sabina. Nada nuevo bajo el sol.
Pero la pequeña salvaje no apareció esta vez, y la hora era la misma...
Quizás haya muerto de soledad o de compañía indeseada; lo cierto es que no estuvo, y no sabía que la echara de menos: esta vez su ausencia escoció mi estomago, casi llegando al corazón.
Los nuevos trenes que ahora se parecen a los viejos continuaron su ruta hasta Posadas, conmigo encima y no tuve mucho para decir.
Como en aquel momento del que aún me arrepiento, cuando no le dije Qué ojos tan bonitos; tenía sueño y estaba acostumbrado al fracaso.
Pero sus ojos caninos y bellos casi lloraron y no me soltaron; los míos quedaron quién sabe en qué lugar hablando de futuros imperfectos.
Ya son las dos, y estoy muy lejos de todo. Oscurece, y no pierdo la esperanza: hay muchas horas doce en una vida, y, si sigo el rumbo, en alguna de ellas, estoy seguro, tiene que aparecer, con el mismo sonido juguetón y adolescente y esa indiferencia que me la hace tan cercana.
Ya dormido, la sueño veloz y con fe; es un sueño blando y con muchos contrastes, en el que ella sonríe y yo temo pero soy feliz. Hasta que suena, incomprensible, una campana y alguien me nombra, fuera del sueño y de la vigilia.
Estoy en otro lugar, lejano.




---------------------------------------------------------------------------------- 6- PANADERÍAS


Pequeña historia de amor

-¿Me querés todavía?
-¿Eh?
-Que si todavía me querés.
-Sí.
-Ah (sonríe).
-...
-Avisame cuando ya no.
-Bueno, cualquier cosa te digo.
...
Pero va para largo, me parece.


Vividora

Mi madre me roba, la voy a denunciar.
Se cree que no la veo: entra cuando estoy durmiendo -siendo que nunca lo hago completamente-, y, agazapada, me hurta las monedas de un peso que guardo en la jarra.
A veces, para asustarla, me muevo un poco y bufo: abre grandes los ojos.
Siempre igual.
Después se lo gasta en pan: eso me indigna.




Historia de amor

Ella me preguntó qué deseaba. Yo le respondí que a ella.
Abrió grandes los ojos y dispuso la boca cual si estuviera pronta a emitir la letra “O”, mas el fonema jamás apareció; su lugar fue invadido por un “¿eh?” que me obligó a repetir la operación, pero ya sin la convicción del principio.
Algo me lloró por dentro.
Ella no dijo nada más y comencé a debilitarme; mi fortaleza, sustentada en la refutación y el retruque, se quedó sin continente ante su mutismo y un gesto que no supe entender pero parecía desdén mezclado con sonrisa, y por mucho que buceara entre las neuronas no hubo nada que se asemejara a una idea y desesperé de desamparo.
No sé qué pasó después; me recuerdo salir tropezando por una puerta cargado con 5 kgs. de pan que no había ido a comprar.
Creo que me quiso por un instante, como una madre ante el regreso del hijo perdido, pero fue fugaz e innecesario: yo la quise con devoción y abismo.
Volví a mi casita gris de enano y escribí una extensa novela de amor apasionado, usando turquesas fulgurantes como metáforas, que hablaba de sangre, dragones y trágicos desencuentros transoceánicos en la que triunfa la verdad más allá del destino y él muere en sus brazos.
Le puse como nombre: “Nada derrotará nuestro amor”, pero el título es provisorio.



Historia de amor II

Y, claro, cómo iba a ser...
Si apenas la vi, me di por abandonado por la plenitud de su sonrisa.
“hagamos un tracto”, dije con torpeza por presumirme avispado y desvié con el lapsus infortunado el amor a los intestinos. Ya no me fue posible retomar los pasos ni el hilo: se supone que debía agregar “amémonos” o algo así.
Ella me miró a los ojos y fue suyo el poder: sus palabras, fueran las que fuesen, me sonaron a acusación y desprecio, y en esas condiciones no es posible trascenderse y ni pensar en un futuro mínimo, así que la olvidé por adelantado. No obstante, mantuve la serenidad, más por orgullo que por convicción, y la invité a mirar la luna cogidos de la mano. Elegir la palabra cogidos fue el siguiente error, que engrandecí haciendo comentarios destemplados al respecto. Los nervios.
Luego de haber sorteado con dificultad los innumerables escollos con que procedí a tropezar, ya cerca de la luna mi lengua quedó menguante y sin inteligencia: Miré la luna y nada; seguía siendo luna... Ni ajo de agónica plata ni maremoto de luz ni nada que no fuese simple y ordinaria luna. Redonda.
“Y ahora cómo hago para enamorarla”, me preocupé en vano sin atinar a moverme en dirección alguna, las manos en las rodillas. Planeé besarla sin justificación, mas necesité una señal suya que nunca llegó. O si llegó, no la vi. Amar es doloroso además de incómodo si se es invadido por la tristeza de aquel niño tonto y crecido.
No sé por qué ella se empeñaba en enumerar sus anteriores amores, deambulando entre el cinismo y la nostalgia.
“Ah, sí, yo escucho de todo menos cumbia villera” fue mi comentario más brillante, al que respondió diciendo que era típico de la nobleza de los taurinos, no como ella, que, según aclaró, era de Aries, signo de fuego.
Así pasaron las horas en naderías que no recuerdo sino como un cartón gris que ruboriza.
Como buen caballero anacrónico la acompañé a su casa si dejar de sentirme extraordinariamente viejo.
Y bueno, tenía que ser así... ¿Para qué perturbarla si se la ve tan feliz rodeada de todo lo que no sea yo...?


A quién le puede importar


¿Y quién quiso ser feliz, después de todo...?
Que la risa, que el amor: naderías. La dulzura de tus manos, te llevo siempre conmigo; eso no es vida...
Si cualquiera ve que existo y que respiro y hablo, y que jamás te menciono.
Al fin y al cabo es mejor. Ya no habrá más - por suerte- ni nubecitas rosadas, ni nervios. Ni fastidiosos Teesperosiempres, ni Sos mi vida.
¿Que yo la amaba? Son cosas que uno dice.....
No sé de qué hablan, si recién, en los rincones, no estuve llorando; buscaba algo perdido, y no eras vos.
Esto es la vida: Lo que acontece y se toca, la tierra; se compra o se vende, y no hay otra cosa.
Aquí los objetos caen de arriba hacia abajo, y las palabras significan lo que mencionan. Por ejemplo, negro quiere decir exactamente: negro. Y no: “Es como que, no sé, algo oscuro que no es blanco pero no, tampoco es negro, vos no me entendés...” No es por nada, sólo comento.
Por eso, bebo mi libertad y festejo en paz, ahora sí. Y mucho más sin... ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, esa. Creo que
MarianaNoemíGonzález,nacidael23demarzode1979aquienconocíel5denoviembredelaño2002,fuimosfelicesdesdesdeel16hastael21deabrilymedijoadiósun25denoviembrede2003alas00hs.con57minutos,hacíamuchofrío,sutíosellamaEsteban,
pero supongo, porque no me acuerdo.
¿Qué me abandonó...? Me fui porque quería. Mirá si yo...



Ay

“Ay, el amor se construye...”, dijo una señora, para mi exclusivo fastidio, amante como soy del milagro y lo inefable.
“No se explica; simplemente sucede”, aportó la siguiente, delante mismo de mí, que, ahora adolescente y famélico, mendigaba porqués; si fuera posible matemáticos o del destino.
“Ay, el amor es compartir”; volvió al ataque la misma de antes: esta vez el milagro fue que no muriese por mi mano.
“El amor no existe” colmó mi paciencia y me fui, furioso y más ignorante, por culpa de las intrigantes de panadería...
Y sin amor y sin pan.



Amorcillado

Tardemente y con tristecidad me di cuenta de la engañación.
Desilusionablemente puse los pies en alejadura para que no se ojara en mi pecho, mas decidió sin embargamiento instalarse quedadita ahí, y desde el corazón me mira, sangrosa. Por eso ahora convivo, amipesarmente y con desmesuración, con esta lloradura interminable



Te olvidaremos

Es que estoy triste... mi novia nos dejó.
Ya nos habían dicho: "esa mujer no se merece tu amor" de diferentes maneras, según el recipiente, pero no; entre cabezas duras y enamorados -algún que otro crédulo- nos repartimos a la hora del abandono los despojos de una historia que "no fue, no pudo ser... " (en ese punto coincidimos todos) y persistimos en dar por sentadas verdades en las que colectivamente, cada uno a su turno casi simultáneo, saboreamos luego amargamente, después de develadas, como desilusión encubierta y habilidosa artimaña cínica de quien no ignora el poder que sobre el menesteroso de amor ejercen las manipulaciones de la ternura si son bien actuadas ante el ciego de turno.
Ella, sin embargo, tenía -y tiene, porque no ha muerto- delicadeza y buenas intenciones; hoy, que ya pasó aquel instante (tan largo, por Dios) en que me fueron derramadas oscuridades desde la coronilla y por toda la columna vertebral hasta casi dejarme invidente, puedo entenderlo. No digo aceptarlo, porque sería incoherente con el rumbo azaroso con que me atormentan los latidos, pero sí mentalizar el fuego y transformar la muerte en ecuación o comprensible resultado de combinatorias químicas muy precisas.
Tal vez fue a su pesar, pero la delicadeza y el buen arte estuvieron presentes, hasta en la textura incomparable del dolor con que nos benefició: morir en terciopelos negro-violáceos no es una gracia que a cualquiera se conceda, y aun allí seguimos sintiéndonos semidioses; elegidos, en este caso, para deleitarnos en un dolor de naturaleza incompartible, salvo entre nosotros.
Pero, claro, por una cuestión de detalles que hacen a la lógica del vivir cotidiano, hay que reconocer que la tarea de brindar una patada en el culo no es algo que pueda ejercerse con distinción, por mucha buena voluntad que se tenga, ya que si es suave se manifiesta como caricia, cambiando la naturaleza de la obligada metáfora y haciéndola incomprensible, así que no la juzgamos: Tuvo que ser fría; fingirse de hielo mudo y sin memoria, para dejarnos el beneficio de no repartirnos culpas de manera cooperativa, y gracias a eso hoy somos todos amigos nuevos y sin pecado, encariñados por la inflexible solidaridad que da el dolor.
Con el tiempo lo habremos olvidado todo, si conseguimos la suficiente provisión de clavos para quitar el anterior. O nos haremos ferreteros, quién sabe...
A decir verdad, me parece más probable lo último, ya que decirle a ella -aunque no está- que la olvidé, sería como decirle que nunca la amé, y no sé si se lo merezca, ni si sea yo capaz de fingir con tanta fortaleza.
Mis ex enemigos, ahora amigos, están de acuerdo.




Recidiva


–¿Holáp? –dijo, como preguntando. Corté, boquiabierto, culposo y miserable.
Su voz era la misma, sonaba feliz. Vive en el mismo lugar. Está.


Cosa de chicos

Había una vez tres niñas. Una era mala, la otra era buena, y la otra inocente; a veces estaban juntas, otras separadas.
La más mala, se aprovechaba de la ingenua, pero la buena no la juzgaba; la aceptaba así como era: mala. Las tres se querían. La buena fumaba a veces, la mala siempre, la ingenua nunca lo hacia.
Y bueno, sucedió lo que tenia que suceder... Apareció un hombre.
¿Era bueno o malo, o qué...? Pregunto, por que a lo mejor ya saben el cuento y no quisiera relatarlo en vano...
No era bueno, ni malo, ni ingenuo: era todo a la vez; era un hombre nomás, que tenia un poco de todo. Y como lo era todo y nada a la vez, sucedió lo inevitable: Se enamoraron de él.
La mala lo amaba porque era bueno, la buena lo amaba porque era malo y la ingenua por que era sabio.
La mala lo amaba a veces pero mucho; la buena lo amaba siempre pero menos; la ingenua sentía cosas.
Así comenzaron las peleas: la ingenua pensando que lo podría cambiar, la mala especulando y la buena consintiendo. Al principio eran suaves (las peleas), porque la buena no combatía, y la ingenua no entendía.
La mala era mala, peleaba, y fumaba.
Bueno, lo amaba porque lo amaba... ¿qué pregunta es esa?
... Tal vez por que era bueno; completaba lo que a ella le faltaba: lo amaba. Y compartían los cigarrillos...
Creo que sería por interés.
Él tuvo que cambiar de marca, porque ella fumaba cigarrillos light.
?Sí, manipulación, pero él era bueno, así que no había problemas.
Las peleas comenzaron a hacerse mas y más duras..... él amaba a las tres: Paciencia y corazón de condominio.
Pues, supongo que sí; se puede amar universalmente, a todo el mundo, por qué no a tres?
...
¿Dónde iba? Ah, sí, en que él amaba a las tres, y que las peleas se hacían cada día más duras: batallas campales.
Pero... Una de las tres no lo amaba en verdad; creía amarlo, pero no. De todas maneras, peleaban y peleaban.
Exactamente: era la buena.
Pero la mala lo amaba... Aunque fuera por los cigarros.
Después de todo, tener cigarrillos es una virtud deseable; es una forma de amor...
Amaba a los cigarrillos entonces, como quieras.
Hasta que acertó a pasar por allí una cuarta, que no era ni buena ni mala ni ingenua.y él se enamoró de ella y perdió el amor que creía tener por las anteriores.
¿Qué el cuento perdió consistencia...? Lo lamento; ya ves cómo imita de mal la realidad al arte...
Entonces la mala comprendió que no lo amaba en realidad, sino que a sus cigarrillos, y se hizo buena.
Por supuesto que la cuarta no lo amó; la que era buena se hizo mala, y comenzó a odiarlo por el engaño, que no era tal, en realidad. La ingenua aceptó la situación tal como estaba planteada, porque nunca entendió nada de lo que pasaba
Luego él se casó con la última y fueron infelices y comieron perdices, y la mala fue la madrina.
La buena terminó solterona y en un hospicio y se hizo atroz.
Y él quedó solo, pero eso es otro libro mucho mas cruel
¿La mala?
La mala fue feliz, como corresponde.




Me lo merezco


Hago piruetas, para asombrarla, siempre bajo la atenta indiferencia de sus ojos, inabarcables y casi tan complejos como la misma madre tierra.
No digo su nombre, aunque a veces grito sin motivos, y ejerzo ocasionalmente
la libertad del gesto y del trazo.
Ayer me miró, justo cuando caminaba con las manos.
Salto saltarín, con convicción de bailarín de comparsa desnutrido de aquí para allá. Aparezco y desaparezco, me escondo a ver si me busca. Canto con voz aguda. Multiplico por nueve. Acaricio a un niño. Caigo repetidas veces de cabeza y vuelvo a levantarme para demostrar que no me duele.
Sonrío como un tonto.
En uno de mis últimos retozos, perfectamente calculado para caer a sus pies,
levanté la mirada, y ya no estaba.
Y quien sabe cuándo se hubiera ido...







---------------------------------------------------------------------- 7- BOTELLAS PERDIDAS






Carta a alguien


Las manos se equivocan, a veces, muchas veces; siendo, como son, tan pequeñas no es extraño que lo haga todo el cuerpo, y el alma, o esa cosa que lleva un nombre y una vida, un destino, que hace movimientos, que finge existir y sonríe. Pero los domingos, particularmente, se equivocan las manos, y toman papeles azules garabateados con lágrimas dulces, casualmente negras, donde yacen nuestros nombres, y recorren geografías extrañas y solitarias, y vuelven a recorrer el camino que nos deja tan lejos. Tan lejos.
En esos momentos debería estar prohibido escribir o pensar, y menos pedir a alguien desconocido -lleve éste el nombre de Dios o Misterio, o absurdo o Nada- que nos prive urgente del pasado. Debería prohibirse además que hombre alguno acaricie el aire, ni pieles desconocidas, ni cabellos a los que se miente. No debería la libertad permitir que se silencie un nombre para no equivocar el éxtasis, o, según el caso, la agonía, y las rodillas deberían tener la endeblez que corresponde al ansia, y no la fortaleza que quiebra y que miente otra vez .
Si de pedir se trata, pido también dejar en herencia a quien sea capaz de gozarlo, la punzada en el pecho que se desbarranca en conocidos abismos del recuerdo. Que siempre se equivoca, porque la memoria suele ser errónea.
Si por mí fuera aboliría la ternura, pero, por suerte, a fuerza de morir uno se hace más joven y más liviano.
Pero, ¿sabés qué? -seguramente sí- Lo triste de la vida no es no entenderla sino entenderla demasiado.
Mas no deja de tener cierta gracia...



Carta dolida


Tanto me gustó -te confieso- que quisieras hacer míos tus miedos que ahora me los invento y pujo por estremecerme.
Tal vez supieras -no sería extraño y te agradezco por eso- que una emoción es mejor que nada y vale más el infierno que una línea sosa de oxígeno limpio, y más que el perdón; hay quienes dicen que habiendo conocido la beatitud o el Nirvana prefirieron volver; confío en ellos porque no están en paz como los malvados ni viven en pie de guerra como los inútiles, ni hablan al aire como los que de aire se alimentan.
Sé, como involuntariamente me hiciste saber, que es preferible el pavor que el desamor y la vergüenza que la soledad. Te digo Gracias de nuevo, pero ya sabía.
Pero es una pena que me hayas querido iniciar en destrezas que no conociste, justo un paso antes de caer en la hendidura, y que ignoraras que es mejor nada que un simulacro, y es mejor la muerte que una marioneta de plumas que, como buen plumífero, cacarea con la misma sustancia de los parlantes. Y que no se compara una buena y sólida clausura con esas piruetas sin acrobacia que te hacen asemejar a un actor involuntario de porno decadente: caminar, respirar, un futuro, la sonrisa, etcétera. Por mi parte, te cuento que me cago en el sencillo valor de las cosas sencillas y me paso por donde corresponde la supuesta sabiduría de los ancianos y sus anécdotas triviales, y no me conmueve la intrepidez de los tullidos. Deberías saber que hay muertes más dolorosas que la de un hijo, por mucho que se lo amara: muere mucho más, el doble, un padre, porque se anuncia, como cada uno de nosotros vive muriendo.
Podrás ser, tal vez, un cotizado trofeo sexual: no es gran cosa ni motivo de vanagloria, pero qué otra cosa comparado con poco. Asimismo, no lo es ser trofeo de neuronas ni de bondad, así que si es por resbalar durante o después de la curva del camino de Pessoa y a la hora de caer en la nieve, como en toda encrucijada no habrá elección que sea errónea ni que no sea consuelo. De tontos o de sabios: no más que un punto en la escala paralela a la de cínicos y sensibles: azul o verde, todo o nada.
Por eso quería dibujarte con los dedos desnudos, en el aire, como para que supieras que lo que está pasando –precisamente- pasa, y en eso estamos iguales, cayendo hacia arriba desde adentro.
Aunque alguien que conozco quedó hablando solo.
Y, con la previsible y triste ausencia verbal con que las verdades se caracterizan, deseaba contarte que tanto me acostumbré a mi soliloquio que a fuerza de tu no estar ya no supe qué decirte si no es callando, de la mejor manera: con palabras. Creo que vas a entender.
Me quieren hacer creer que por eso brotó un bufón de los escombros de un cadáver, pero se equivoca en mucho quien presuma de sagaz; tampoco es cierto que tema no morir o que suponga que no hay más que naranja montado en azul, un poco de perfume y recuerdos.
A propósito, si es por gracia o remembranza, nada me ha hecho más mordaz que oír amalgamas previsibles como “recuerdos del futuro” o “lleno de nada” o “En tu pecho que era bravío se escondió una paloma que se hizo volcán de sangre y tu corazón se volvió paloma que buscaba un pecho que necesitara un ave que la hiciese morir de fuego”. Ese último fárrago tan estéril sí que es gracioso... Sin embargo, hablaba de vos, y sigue haciendo lo mismo.
Por eso dije “Por favor, trovadores, dejen de sufrir o no escriban, que las manos se han hecho para aplaudir o acariciar, y despellejado se vive mejor que insultando al vocablo cuando no es la boca la que enmudece en el momento en que la amargura pide retirada”: escondía una esperanza, por eso la ironía: la que ahora me hace reconocer que se lo dije a nadie a pesar de la petulancia.
No sé por qué te refiero eso. La digresión, siempre, quizá la sospecha de que mientras los pedazos no se junten tendrán más probabilidades de hacerlo en el infinito.
Sea como sea, lo que pasó, sigue pasando y el dolor es como un espejo que tuviera tu rostro: ahí nos encontramos, donde nacimos, cuando la arena era arena y el viento, viento.
Por suerte, no estoy enojado ni triste. No hay culpas; hay cosas que transitan, materia que cambia de forma y tiempo inagotable y vas a ser feliz, si de todo se vuelve hasta de la muerte. Cualquier cosa, ya sabés donde no encontrarme. Y, vas a ver, en la próxima vida seremos mejores.
Hay dos palabras que no están: te las dejo suspendidas en el silencio.
con toda mi alma.



Carta avergonzada

Mi error fue ponerte precio, y que lo que fuera orgullo y sonrisa sea recuerdo y vergüenza, magra y vibrante - ¿...Sabías del estremecimiento de la vergüenza...? - Sí, tiembla, y a veces pica en la piel, como un aura. Sobre todo, se hace pesada en los párpados, que se fugan de lo sólido y cercano (y cuál es el sólido más cercano... : Uno mismo), y en los hombros. Será por eso que los ojos rehuyen mirarse, y si por casualidad llegan a verse se ponen tristes.
Hay vergüenzas -preferentemente las que se llevan de por vida y con causa- que lo hacen a uno moverse como un ratón herido y envejecer en toda ocasión, con algo de impúdico, como una sensación de llevar caspa sin siquiera tener cabello, es muy extraño, y el cuerpo es como el de un adolescente, irreconocible y torpe; sobran pedazos.
Yo, por eso, cada tanto que puedo me miro al espejo, a ver si todavía estoy; aún no tuve suerte.
Las peores son las vergüenzas autoinmunes y mutantes, que lo hacen a uno decir uno en lugar de yo, y que son inconsolables: cuando se tiene dinero se es demasiado rico, si no, impúdicamente pobre, y así.
Hay vergüencitas humildes, pero esas son más pulcras: solamente hacen sonreír o permanecer en silencio, o mirar hacia otro lado como buscando algo en el pasado, tan ridículo como la melancolía, que también es irrisoria en tiempo futuro, cuando se empeña en ansiar lo que se sabe perdido de antemano. Hay algo de eso en el arte, y en vivir...
Por eso amo a los tímidos, tan valientes, aunque nunca los encuentro, claro, si nos andamos escapando, y a la vergüenza, que no solamente es vibrante y digna, y justificada (todo el mundo debería tenerla), sino que tiene algo de magnético y sutil.
Pero no era ese el tema y me estoy perdiendo. Quería decirte algo de que hubo un error en algún momento, de que te extraño y no sé si putearte o pedir perdón y que me avergüenza saberme lejos de tu vida. Que quiero que sepas que quiero que me mires, y tantas cosas...
Por ahora no me atrevo más que a concentrarme en esta punta de un paño desconocido y ajarlo, para no mirarte, temiendo que no estés. Hace frío hoy.
Y no conforme con el miedo, hoy tengo vergüenza.
Yo, en tu lugar, también me hubiera ido.


Carta verdadera

Estoy de verdad en este lugar en que hay música de saxo y penumbra cálida; se escucha, suave, tu risa y llorar no importa demasiado. Porque estamos dos y no es necesario morir.
En este mundo no estoy ciego, ni pienso, ni triste, ni miento.
Acá la verdad, que, como se sabe, es bella y no hace preguntas, solamente observa con piedad.
Todo es afuera, la música sigue sonando y me ves, y podés entender de qué se trata, en este espacio en que te amo con impunidad. En que sí te amo, como a una reina.
En ese lugar, en que estuve dos segundos y toda la vida, no me importa ser feliz y nadie huye, porque el amor es lineal y sin laberintos.
En lo que sobra, vivo. En este mundo sí puedo, y debo, mentir y escapar del anhelo como del diablo. Aquí donde siempre estuve estoy solo nadie puede herirme. Porque no estás, ni tus oscuridades. Aquí queda clara la distancia entre el cielo y la tierra y el precio de la dignidad: es demasiado fácil ser ángel.
Yace al costado una mujer pequeña con corona que falleció por oscurantismo y pavura.
Y hay otro donde se mezclan los opuestos, en el que puedo soñar sin ambiciones, aunque sí me importa llorar, tocarte y recorrerte sin perderme. En éste estoy desnudo y sin vergüenzas, y dejo regalos que no recibirás y alimento. Acá hacemos el amor perpetuamente.
De todos los mundos uno solo es verdadero, pero
yo te amo sin permiso y en cualquier lugar.




De todos modos

No me interesa saber qué sabor tiene ahora el aire cuando te circula cóncavo: ojalá que sea bello, digo, pero no quiero verlo, y que te acaricie por dentro, eso es todo.
No me consta ni quiero que me concierna la textura de las cosas que transforman tus yemas hacia lo dulce.
Si tu risa sí o si tu risa no, poco me importa: cuando suena, sonará igual, y, se sabe, al árbol que cae solo no se lo escucha, por eso no río, si es en vano y da lo mismo caer que abrasarse de piedad.
No quiero enterarme de si aun tengo guarida y cobijo en un latido recóndito desde donde inmortal te mirara pequeño, cada vez muriendo, si ya me perdí cómo se pliega tu piel -siempre sabiendo por qué llorabas- y dejé de adivinar la dirección de tu derrumbe y la causa de tu dejadez, si se perdieron los cristales para siempre en aquel destrozo. Si se perdieron los cristales en aquel destrozo y fue fatal.
A mí no debe incumbirme lo que sienta la piedra cuando acosquilla tus plantas, que, Dios quiera, estén desnudas y alguien pueda verlas, porque la piedra existe: no se puede comparar conmigo.
Si a veces lloro, es por costumbre nomás, a riesgo de ser juzgado puerilmente y mal, y de que la memoria me tienda celadas oscuras.
Tengo más para contarte, pero después.
Tengo más, como corresponde al que ama.




Esperanza

A decir verdad, tu voz está en el aire, así que por qué no le llegaría; así como llegan los soplos, las brisas y los suspiros, bien pudiera su nombre salírsete imprudente desde debajo de la lengua (cuando se junta al paladar por pronunciar una consonante) para que, justo antes de caer al océano, lo atrape una corriente con tersura de mariposa y lo deposite justo en ese costado de su pelo que su mano acomoda casualmente como queriendo escuchar mejor.
Por qué no...
Podría ser que un dios benéfico (que los hay, y la naturaleza de vuestro amor o la risa de un niño lo testimonian) cambiase orgullo por alas en los omóplatos y la cadera, para que no necesitases de viento y puedas entrar por su ventana como entonces, o que cayera de bruces el tiempo, arrastrando al pasado y a cada eslabón filial de Saturno.
El mismo demiurgo juguetón que impidió en un momento que se te quite de la piel y el silencio un nombre cual si fuese para siempre; el mismo que te aotoña el pecho en cementerios que de tan familiares invitan a huir, puede decir un día “Se acabó lo que se daba: barajar y dar de nuevo, que aquí no ha pasado nada”, bernardalbescamente, con tanta convicción que el mundo naciera de nuevo, menos dos personas, una de las cuales fueras vos.
Y, sí... nada impide que recibas una carta de perdón que disuelva la vergüenza de haber nacido en el cuerpo, el lugar y el tiempo equivocados. Si esas cosas pasan... ¿cómo que no, o acaso no hay gente feliz...? Si no, respirar no tendría sentido y eso no puede ser.
Todavía hay tiempo para que esa voz que parece vagando y sin continente reciba una respuesta y puedas yacer, aunque sea en el último minuto, junto a sus labios, y es posible que no sea necesario decir nada.
De otro modo, no se entiende.



Qué tontería

El silencio -bien lo sabías- es violencia, y haber sido feliz y ya no serlo es haberlo sido nunca.
Pero fue tan hermoso que no hacía falta bastardear la felicidad a golpes de contexto, encepar y engrillar el aire, banalizar un perfume irrepetible por amor al sin sentido; esa pasión del sin saberlo animal feroz, si el mundo no necesita maldad...
Pero fue tan absurdo que no hubo de ser bello otrora; no hizo falta que se mienta el amanecer, que aquel suspiro interminable con que Dios nos hizo reír por causa de lo sin causa tuviera la forma en que se manifiesta la ignorancia de los ángeles no nacidos -vaya belleza estéril-, ni había necesidad de siquiera una gota de gota de lágrima y fue un mar de fuego desigual, igual, por culpa de la ausencia de desmesura, cual un Dionisos cobarde con aires de agujero negro.
Pero fue tan perfecto que tuvo que ser fugaz y no perdonado y que sin embargo no termine: fue abismo al infinito, sisífico, neurótico y musical, embarazado de neuronas sin trompas de falopio.
Fue y es un almíbar de hiel excedido en adjetivos; un Narciso nauseabundo que rechaza piedad con pesadumbre retórica sin disculpa ni talento.
Tal vez me hago barro barroco por -bien lo sabés, digo girando- la violencia de tu silencio y ese chirrido infame en los goznes de cada efeméride, ese domingo a la mañana perpetuo y un ave que gime a la siesta recordándome que falta mucho para morir.
La angustia es un ave que gime a la hora de la siesta.
La felicidad, un gallo erecto a la madrugada que muere de hambre por despreciar el grano.
La vida, un panadizo o un grano, según el día.
El amor, nada de eso.






---------------------------------------------------------------------------------------- 8- PUERTAS




Ojos pequeños


Teníamos ojos pequeños, no sé si por falta de sueño, cansancio o vergüenza, pero teníamos los ojos pequeños. Tal vez, simplemente porque éramos pequeños.
Aunque no, porque a las manos las teníamos grandes: listas para dar, y al corazón, encogido, como apretado y a punto de estallar, como el aire por entre el que nos escudriñábamos con los ojos, pequeños, y estábamos muy solos.
?Pero si te quiero... ?y los ojos se hicieron poco y las manos insuficientes.
Amámonos como topos o palas mecánicas, pero sin frialdad aunque con la misma torpeza; la noche, si bien de la largura de la eternidad, no pudo ser detenida: solamente quedó encallada en el hueco donde se arremolinan las nostalgias más grises.
Ahora, en esta doble soledad individual, tenemos los ojos grandes, pero ya no hay nada que ver.



Casabierta

Mi casa es una casa de aire, que se parece al universo; aunque no llega a ser tan grande, lo intenta. Es de viento, dicen mis vecinos cuando se van, y sonrío por la figura, porque está llena de puertas: casi que es todo puertas. Que se abren o se cierran, según la dirección desde que se venga o a la que se vaya.
A veces el sonido de los goznes determina que un gesto sea partida o llegada.. Como si fuera necesario... Ni siquiera lo es decir adiós cuando ya no queda ni un Hola para ser dicho. Es fácil saberlo: si la persona camina de espaldas a uno es que se está yendo; si se le ven los ojos es porque mantiene la voluntad de acercarse. Salvando excepciones, claro, y las contorsiones sutiles con que se manifiesta la ambigüedad.
La mía es una casa de puertas abiertas, es decir, sin llave, lo cual no necesariamente obligue a entrar ni a salir, pero baste la conciencia de saberlas abiertas en casi cualquier dirección de las posibles. Esto tiene sus riesgos, ya que no hay lugar a reclamo por llegadas indeseadas ni partidas doloridas. Tampoco se impone la inexistencia del reproche, pero se entiende en silencio cuándo debe hacerse silencio.
Hay algunas de ellas, las puertas, por las que siento preferencia, por distintos motivos.
Esta, por ejemplo, es por la que entró una vez una cosa de color de plata rodeada de mujer: no sabía entonces qué era, pero los mismos ojos que después lloraron en ese momento se abrieron fuertemente. Casi en el mismo momento, pero por otra puerta, la anaranjada, se retiró veloz un niño muy sabio que me enseñó a hablar en un lenguaje que todavía no olvido. No era el Principito, aclaro; a ese lo tiré por la ventana, junto con Tolkien y Benedetti, este era más inteligente, y menos afectado.
Hablando de ventanas: Por la puerta de color verde chillón se me aparece, pertinaz, una señora que insiste en afirmar que cuando se cierra una puerta se abre una ventana. También fue defenestrada, pero vuelve, acompañada por otra a la que le digo: "El arte no se regala", por supuesto que sin molestarme en justificar la oración.
Sin embargo, siendo como son las puertas casi infinitas -solamente casi-, presumo que una vida no bastará para experimentarlas a todas, por tanto hay que ser cuidadoso a la hora de elegir, y afinar la intuición, que es la única arma posible para desfacer entuertos causados por la duda. También habré de ser precavido en no repetir las dolorosas, eso aprendí a fuerza de persistir como un coyote en puertas que conducen al regreso.
Son graciosas aquellas en las que creyendo salir se entra. Es decir, el efecto es éste: pone uno la mano en el pasador, empuja, y se encuentra en el mismo momento y en la misma situación, con la misma mano en el mismo picaporte y rostro de perplejidad. De nada sirve insistir en estos casos, pero como se desconoce cuál sea la ley de comportamiento de una puerta, se persiste en la puja, en un extraño vaivén que tiene algo de onanista.
A la puerta negra entré millones de veces sin saber cómo llego a ella. La reconozco de inmediato porque desde afuera se oye a Sabina y se entreven libros de Pessoa y un papel que dice: Homo lupus hominis.
Me da miedo entrar, pero es que cuando aparece la puerta negra desaparece el resto, dejándome sin alternativas... Allí se escucha una voz conocida que inevitablemente antecede a dos ojos muy, muy bellos.
Ahora voy a entrar.



Consumatum est

Al menos tuve venganza, proporcional, si no al daño sí al rencor, y eso es bueno. Y saludable, porque cuando no se es amado, así, de manera tan palmaria, lo que corresponde es odiar si reparos, para evitar las somatizaciones inadecuadas con que se manifiesta la hipocresía, y para no derramar injusticias en recipientes inmerecedores por su inocencia de un cinismo cuyo origen les antecede.
La ironía no es mala arma en estos casos, aún si nos ponga al desnudo ante el ojo agudo. Pero al respecto no hay mucho que temer; es una ventaja estar rodeado de miradas obtusas o desinteresadas que permiten la ostentación de vísceras sin pudor.
Por mi parte, me jacto de haberme vengado por anticipado, tal vez previendo que luego era ella quien me abandonaría sin reparos ni excusa.
Sé bien, y recuerdo, que le quedaron los ojos negros a fuerza de lágrimas, y que no pudo detener el tiempo en retirada cuando era su imagen la que se hacía más pequeña en la separación imposible y alucinada, y sé que pensó “esto no puede estar pasando, esto no es cierto”, y hoy gozo de su dolor aquel.
Sé que le quedó la huella mi pie incrustada en el pecho y mis miembros en el lugar más hondo de todo el cuerpo, y, como un fantasma cruel de aparición aleatoria, hay noches en que le hablo al oído.
Sé que quedó bizca y sin piernas por un beso, y que tuve que nombrarla una y otra vez para que no se disuelva, y que lloró sin saber si éramos vos, yo, tú o nosotros.
Sé que reímos con risa de ángel, sin motivo y sin causa y con todo el organismo, y que lo hicimos para siempre.
Sé que nos amamos sin alternativas.
Es cierto, y lo sé también, que estuve ahí, y que lloré mares y reí, y es cierto que ahora no hay nadie que me cuide de tanto frío si no es su piel, si no son sus ojos, pero qué importa, hice lo que correspondía.
La venganza es el placer de los dioses, y si lo fui alguna vez por qué no disfrutar hoy de mi venganza a pesar de haber vuelto a ser sapo de otro pozo, lleno de vacío.




Ex amigo

Fuera del infierno todo es bello, se respira, y se ilusiona y se camina incorpóreo, como con botas de siete leguas. Y se llora también, indudablemente; el tiempo pasado nunca fue mejor y deja huellas. Pero siempre es bueno volver cuando se ha estado durante una vacación demasiado extensa, en exceso errónea. Tal vez la imprudencia, la ignorancia o la ingenuidad -a veces el amor, ese sí que es un nombre extraño- sean los que nos llevan de la mano, a conocer su rostro. La necesidad, tal vez, de saber, el hambre de absoluto; por el mismo que fue exonerado el primer hombre.
Si se nos invita a convivir en el averno, aceptémoslo si estamos preparados, es decir: a conciencia y con fortaleza, que quizá aprendamos algo. Muchas cosas: que la vida se estructura sobre la base de paradojas, y que las piedras no vuelven a la mano por sí mismas cuando se las lanza.
Contrariamente a lo que se cree, el demonio no es elegante ni afeitado, ni pretende hacernos descreer de su existencia, sino que es burdo y poco gentil, de una vulgaridad que adormece la sorpresa. Tampoco es todopoderoso, pues carece de la sabiduría de los nobles y no huele a azufre sino a mezquindad.
No son ciertas la pasión ni su correspondiente fuego, ya que el diablo es frío; en el mejor de los casos un simple calentón urgido, pero sin idoneidad ni convicción. Satanás es frío, de una frigidez que espanta... Por lo tanto, si se quiere combatirlo habrá que tomar la temperatura de sus propias armas y extremarlas; destronarlo con inteligencias pulidas que lo impulsen a la huida, porque si a algo teme el anticristo es a su propia imagen, entonces será conveniente contar con espejos. Si se quiere, en cambio, enamorarlo, bastará con una cuidadosa tibieza.
Un dato importante y definitorio: se queda siempre de este lado de las cosas, ya que es, fundamentalmente, mediocre, así es que se da mejor en las clases medias. ¿...Que cuál es este lado y cuál aquel? Aah... averiguarlo... No vale en este caso alegar que eso es relativo y depende de desde dónde se esté mirando, pues este argumento nos hará cruzar de inmediato una frontera conocida, pero marcha atrás: Ya se sabe que aquí y en cualquier lugar las cosas caen de arriba hacia abajo, se las mire desde donde se las mire. Los confines a cruzar son otros, muy diferentes, a gran distancia de lo previsible y lo soso. Los diablos aman la relatividad, pero con frivolidad y como excusa; a veces como esclusa.
Como no es invencible e ignora el poder de la generosidad, no sabe el mío particular cuándo le estará destinado el reencuentro, por más que le reitere una y otra vez que en el exacto inicio de la próxima primavera le será necesario mucho fuego para apagar tanto hielo. Como es también un animal de costumbre, la nostalgia de lo desconocido que le fuera brindado por algún ángel luminoso y errático le hará fenecer una vez más. Habrá que ver esta confrontación, donde mi ausencia será implacable.

Los ángeles tenemos muchos más recursos, por suerte, y a nuestro favor conocemos toda la gama de emociones, humanas y de las otras.
¿Y qué decir de los condenados a vivir por siempre tristes, o solamente felices, o nada...? Que se apiade de ellos el destino.

Después de todo, no hay más secreto en la vida que saber escapar a tiempo, y para eso hace falta ser valiente.
Porque, hay que saberlo, los ángeles no siempre son bellos. Siendo como soy, un ángel, lo sé, y por mi profesión he congeniado durante una temporada con el ex ángel más bello y perverso, un príncipe. No me arrepiento de esa experiencia pues conocí ambos lados del dorso del reverso.

Es cierto que le he tomado cariño, pero nunca pude ser su amigo, ni podré ni quiero: sólo puedo ser piadoso, pero el demonio no se merece mi amistad.






--------------------------------------------------------------------------------- 9- CROMOGONÍA

Cromogonía

De un exilio extraordinario se hizo víctima a diferentes partes de un mismo organismo, incluyendo al aire que lo rodeaba por dentro como empujando sin terminar de parir.
Así comenzó todo.
Los rojos, que ayer fueran casi naranjas por la risa y hoy caobas de espanto, y los azules -siempre distancia- pugnaban en debate desordenado por un mismo territorio de márgenes cuidadosamente acotados por lo infinito donde ya yacían verdes, distribuidos en varoniles ríos veroneses o moribundas explosiones de olivo sobre nieve.
Desde aquella enemistad ancestral de los rojos con los amarillos, traidores cuando se aliaran con los azules por amor al poder de la esperanza, las líneas internas políticas eran más de una, y cambiantes, según la exigencia de ese aire, pectoral unas veces y carnívoro otras, características estas últimas que determinaban la participación de lo azul o lo rojo.
Lo violeta, siempre tan adolescente, hacía evidente ese concubinato temporal entre la materia y el espíritu: cuando seguía el rumbo de lo solferino primaba la pasión, si se acercaba a lo ultramar eran el pensamiento y/o lo etéreo, que, dadas las circunstancias, no podían ser nunca completamente fríos...
Hay que decir que, de entre las posibilidades, los beneficios más favorables acaecían por lo general en los periodos de lo cárdeno, y las sonrisas más plenas siempre llevaban la impronta de lo morado y purpúreo: se recuerdan de aquel tiempo los mejores amaneceres y crepúsculos, cuando eran debidamente sostenidos por el bronce del sol; ese maridaje incomparable y erótico promovía coitos exactos, suavemente degradados. Exactos; la palabra que corresponde a un milagro.
Lo decididamente rojo tuvo su encanto también, pero por devastador le fue aconsejado, innecesariamente, consumirse y fenecer.
Porque así como lo azul era sereno y elevado y lo amarillo vano, lo rojo era siempre... Demasiado.
Ya se sabe que la seducción de la inteligencia es efímera y triste...


II

Todas estas consideraciones, claro, infundidas por la visión de los elementales, hacían que los combatientes permanecieran a una distancia que superaba con su lucidez, y sobradamente, las limitaciones de cuerpo o hálito, y, como también eran cínicos por puro divertimento, solían citar aquellas palabras en tono burlón, aludiéndose como materialistas o idealistas.
Parece ser que ese mismo cinismo, que en el fervor no podían diferenciar de la ironía, alimentaba el impulso constante a procurarse y declararse enemigos donde les fuera posible, y en tantas combinaciones cuanto estuvieran a su alcance, que eran como mínimo nueve, pero lo mágico transformaba en diez.
Así un día fueron los amarillos otra vez que, tal vez hastiados de su misma frivolidad o precisamente por ella, decidieron asociarse a lo rojo para combatir a lo azul. Las negociaciones previas fueron arduas y muy debatidas, ya que, si algo no soportaba lo rojo, que, aunque apasionado era serio (y menos todavía lo azul), era la risa boba y la palabra fácil, y los amarillos eran reconocidos por su afecto al chiste, la zancadilla y el saludo liviano. Insoportablemente leves, recorrían gimnasios y festejaban cuanta insipidez les inspirase el viento de que se nutrían.
Ambos tuvieron que hacer concesiones, pero jamás hubiera claudicado lo rojo en que el amor y la risa fuesen de la mano; festejaba el fuego y el llanto. Por eso solía morir a menudo. No le faltaba alguna tragedia donde hubiera tierras lejanas, barcos, familias enemistadas y, principalmente, sangre. Para el rojo las opciones eran vivir o morir. Amar o no hacerlo. “Es muy sencillo...”, decía. Pero, así reacio y susceptible, no sabia vivir en soledad, ya que él mismo era su peor enemigo. El rojo lo era siempre demasiado, hasta para sí mismo. Por eso no había paradoja que le fuese escasa, ya que como amador también era predicador, con la misma intensidad y de manera simultánea. Era público pero recóndito, y tan discreto como ostentoso. Pero no era tonto, y aceptó la alegría.
Secretamente y sin saberlo, lo azul ansiaba y esperaba esta naciente alianza, que favoreció a ambos en un anaranjado que los abarcaba. La risa amarilla contenida por lo profundo y desgarrador y lo intenso dieron como resultado a lo cálido y simpático, acogedor y atractivo. Un hijo frutal y mediterráneo, que, portase la apariencia que portase, se le veía siempre redondo. Más cerca de los azules se tornaba, como ya se ha dicho, bronce o cobre, y acentuaba perfectamente cualquier amanecer de los violados. Siempre, por supuesto, que algún ceniciento, casi invisible de tan blanco, cumpliese con su tarea de puntal secreto...

III

En el trasfondo de todo esto -o aquello, según desde donde se lo mire- había un gran desencuentro amoroso por partida triple.
El rojo amaba lo azul, en el fondo y en la superficie. Y, como era su costumbre, lo hacía con intensidad y sin miseria. Y lo hacía para siempre.
Lo amarillo disimulaba con ligereza su anhelo por lo rojo; en su lubricidad, anhelo y amor significaban más o menos lo mismo... Pero hay miradas y algunas formas de suspiro que no saben mentir.
Quedó incógnito a quién amara lo azul, pero también hay historias, no siempre inventadas, que revelan que la cultivada frigidez de lo azul fue destronada un par de veces por causa de uno de los otros; no se descubre cuál de ellos, mas la sospecha y el sentido común señalaban en una dirección, que los navegantes amarillos -que además eran chismosos- hicieron popular en pueriles moralejas que mencionaban eclipses, soles y lunas con música suave como telón.
A lo azul le gustaban estas fábulas que le garantizaban la necesaria provisión de lágrimas para justificarse montado en el destino
A lo rojo, en cambio (y en este punto sin querer hemos develado lo oculto), no era el destino el que lo desvelara.
Sino algo que estaba más allá de la comprensión de Dios. Y más allá del amor.


IV

A lo azul, por lejano y desvaído, el encarnado bautizó, jocoso, “el indignado índigo” o “el añoso añil” (hizo poemas baladíes al respecto) cuando aquel se supo desafiado en sus partes más íntimas. Todo lo que de rojo hubiera en su composición interna - y en todos un algo había de lo que no eran, de allí quizá esa tendencia guerrera que disimulaba el amor, claro, en un sentido más universal de lo que las necesidades cotidianas entienden- se rebeló en la cólera de su faz.
No se delatará en esta monografía la naturaleza ni menos el detalle de cuál fuera el desafío que tanto y por qué conmoviera a lo azul: quedará en el mismo misterio en que nació. Pero fue divertido. Sólo se dirá que no tuvo connotaciones sexuales; eso solamente hubiera entretenido a los chuscos rubios, que siempre estaban al salto.
Lo rojo se aburría tremendamente con los amarillos; lo azul dudaba. Lo azul, cerca de lo amarillo, se esperanzaba en trascender su condición de melancolía, menospreciándola y depreciándose sin saberlo muy bien. Lo rojo decía al respecto, levantando su dedo índice, que nunca se abandona tanto al propio ser como cuando más se cree ser fiel a sí mismo.
Por eso los amarillos eran tan populares en los círculos burgueses, ya que nunca causaban conflictos en la superficie, aun cuando hicieran estragos en lo profundo y asesinaran lo inmortal.
Los amarillos no eran malos, sino que eran idiotas; nada más peligroso.
Pero si eran intervenidos, ya sea por acoplamiento o coalición, o matizados, se hacían casi más... humanos, podría decirse. Si por cercanía roja se volvían áureos, muy otro era el cantar: una sola gota de grana podía alterar la estructura de lo amarillo, confiriéndole cierta dignidad que no le era habitual. No sucedía, sin embargo, lo recíproco, ya que una gota de amarillo no conmovía siquiera el rumbo firme de lo rojo, siempre tan lleno de. Porque lo rojo tenia encanto, entre otras características. Ciertos poderes propios de su naturaleza; entre ellos, el de la voluntad y la vergüenza.
Con un toque certero de esto o aquello, lo amarillo, ya ámbar, era precioso y magnético. Siempre le era necesario entre los toques un desengaño o un abatimiento sin estructura, para desplazarlo a la región del encanto verdadero, el del olvido. Sólo entonces lo otrora azul o amarillo hoy ámbar era capaz de atraer objetos pequeños si se lo frotara convenientemente. Y los amarillos eran muy dados al frotamiento, con diferente intención, por supuesto, que lo rojo, que prefería el arte de buen frotar: Poco pero abundante, era su lema.
Si no eran malos ni tampoco buenos no es porque estuvieran más allá del bien y del mal sino porque estaban más acá, lejos. Como áureos eran maleables, y en sus mejores momentos, con la compañía adecuada, usaban ser afectuosos ocres, limonados, leonados, dorados. Brillaban y, juntos, se dejaban amar en duchísimas orgías de azafrán pergeñadas por algún artista desorejado que sí provocaba conflicto. Únicamente los grandes poetas malditos supieron tender salvajes o cuidadosas asechanzas para evidenciar lo verde ostentando lo rojo. Hacia falta mucha sangre para esconder demasiada esperanza, dijo oportunamente un critico de los grises. Uno de los tontos, en cambio, dijo que hacia falta mucha agua para apagar tanto fuego. Como se verá, sobre gustos hay mucho escrito...
Esto era dado no solamente a los malditos juglares sino también a los benditos, con la diferencia del acorde rojo-verde, que en los segundos era azul-naranja. Los otros poetas, más legibles según el fervor mayoritario pero no la historia, tendían a degradar lo rojo hacia lo rosa.
Aquí se repetía, en cierta manera, la secuencia, ya que en los malditos primaba el rojo, en los benditos el azul, y, en los administrativos, lo amarillo y lila.

V

Lo rojo fue amado, ignorado y odiado por partes iguales y simultáneas, garantizándosele así el desangre de la soledad que nunca elegía, por su ansia no confesada de ser rotundamente amarillo y olvidarlo todo. Fue objeto de burla muchas veces y una sola vez amó, adivínese a quién. Como a cualquiera, podría decirse... quién no es, amando, ignorado y odiado... Ingenuo, muchas veces se rió de sí mismo, y no le faltaron motivos ni ocasión. Ni dientes.
De aquel amor quedaron no sólo cenizas por supuesto escarlatas que le crepitaban por dentro y no pudo quejarse, aunque lo hizo, de que se le hubiese retirado el amor sin consulta ni acuerdo, porque de la misma manera se le habían impuesto sentimientos desconocidos. El rojo no amaba al amor sino al continente.
Algo en algún lugar se puso triste. Pretendió enfriar el corazón y hacerlo mente, pero el rojo no era dado a los ensayos con pretensiones didácticas, de patéticos resultados que se asemejaban a malas escrituras de prospectos médicos y avergonzarían al mismo Paulo Coelho por su liviandad.
Por ejemplo de sus mentiras y del carácter soso de sus diatribas:
“No debería el decoroso aceptar dádivas ni callar cuando es necesario gritar, ni hay lugar para lamentaciones cuando se acepte que las puertas de la ternura no exigen ni obligan a la perpetua apertura. Pero sólo para defenderse. Porque el amor, digo, contrariando opiniones oportunamente benévolas, no da derechos, cuando se ama, sino obligaciones. Entonces sí, se exigirá al amante unilateral el más profundo silencio y la más deshonesta lejanía. Si es digno se le dará al amado, sí, completo derecho a la inocencia, y no habrá excepción ni estupor que justifique la impostura del reclamo: Si bien nadie elige ser esclavo, tampoco nadie tiene por qué permanecer en un pedestal por el que no ha combatido, soportando las indeseadas ofrendas del amador obsesivo”. La forzada buena voluntad no lo escapó del dolor ni del encogimiento, ni supo explicar la osadía de conceptos tan rotundos y arbitrarios como Dignidad o Moral.

VI

Aquello fue algo distinto, así como una tormenta de angustia y regocijo, que no describió en ninguna de las más de dos mil cartas que poblaron la historia. Esos pliegos epistolares, junto con un libro intrascendente y una temperatura ausente, fueron su máximo tesoro.
Se pareció al amor, porque las intenciones no fueron recíprocas desde lo amado azul, que hubo aprendido ciertas industrias y estuvo más astuto y un poco más vil, semejándose a lo animal. O más débil, nunca se supo con certeza, al menos mientras el otoño fuera rey. Comprensiblemente; los amarillos estaban en todos lados, y su influencia no era ajena ni al más fuerte. Y el azul, después de todo, era igual a todos o quería serlo, y se negó a ser ese ser tan especial que solamente estuvo en los sueños de lo rojo durante un tiempo que fue demasiado poco, distintos al dolor y la distancia que siempre fueron inmoderadamente mucho...
Lo azul fue un traspié definitivo que traspasó sus pasos, y arrastró consigo a lo rojo que pendía de su mano. Lo azul perdió su tono, que fue comerciado. Lo azul desertó; el agua del río lo fue desliendo, se dejó arrastrar y depuso su cuerpo y su alma; quedaron veinte monedas en el suelo, amarillas, doradas, burlonas y 39.842 palabras inmencionables, muchas comas, puntos y suspiros suspensivos, onomatopeyas cariñosas, caricias virtuales, emociones dispersas, desorden. Se hizo celeste, luego blanco, luego nada; luego silencio.
Lo rojo se despeñó muy lejos: abrió los ojos, la boca, la nariz y el pecho, el mundo entero. Lo rojo se hizo vino amargo, llamarada de pólvora, gritando, sol que se consume ávido de muerte, Mar Rojo, ensueño, desprecio, indigno, destrozo. Tango. Explosión. Se abrazó y abrasó muy fuerte, recogió sus entrañas y apretó los dientes y los labios, cerró los ojos, no quiso morir, lo juró con todas sus promesas, ígneo temblar, palmó, nació, volvió a morir.
?No. Dejaré que. Nadie. Me haga daño ?dijo. Más nadie lo creyó capaz de pegar primero.
Mientras, alguien moría en paralelo.




--------------------------------------------------------------------------------- 10- FINALMENTE

Paradigma

A mí, la verdad, Dios no me dijo nada...
Hice según supuestamente correspondía: me lancé al vacío y el incidente, pero nada; en ningún momento se escuchó “es por aquí” o “es por allá”; al contrario: pareció como si la naturaleza se hubiese complotado a favor del silencio para favorecer el sin rumbo de mis pasos. Pero no completamente, ya que en ocasiones abrió la boca para la burla y el infortunio; si alguna vez escuché voz, fue la de unos semidioses menores que, agazapados entre nubes, se reían de mí, y, si de señales se trata, competían por ver quién me mandaba desgracia mejor- es decir, peor- y así anduve, de tropiezo en tropiezo; de cuita en cuita, siempre cubierto por el desamparo. Tanto que casi llegué a acostumbrarme; si hasta me descubrí pretendiendo más de una vez que la felicidad fuese ese caminar de bruces, o que Dios estuviera en el silencio y que por contraste se manifestara como en el espacio que media entre inspiración y soplo, entre sístole y diástole.
Y Dios me pareció polvo del polvo, o un tipo chistoso y con enigma; más un aroma que materia firme; más un yacer en la suave dulzura de la incertidumbre que en el cepo de la certeza.
Para el caso es lo mismo: supe la verdad cuando dejé de preguntar.











©Aldo Vercellino 2005